motel el paraíso
Una copa de vino, no hay mucho más sobre la mesa centrada en una pequeña salita, sólo una copa de vino, una cajetilla de cigarrillos, un mechero, y un cenicero limpio aún. Ella sabe que en aquella copa existen historias diluídas en el líquido rojo fuerte, casi negro, que llena hasta una tercera parte el depósito de vidrio curvado. Tras la puerta ha dejado las huellas de su persona repartidas por la ciudad. Son huellas imperceptibles para la gran mayoría, pero a ella eso no le importa, pues sabe que deja muescas en el espacio de tiempo de los sitios por los que pasa, y con eso le basta. Cierra los ojos, sus párpados se arrugan porque cierra los ojos fuerte, los labios imitan más abajo a los párpados, y se aprietan arrugados como si con su esfuerzo ayudasen en la tarea cegadora ocular. Al cerrar los ojos ignora a las formas que la rodean, lo primero que ve al mirar en la oscuridad es un cartel de una película con Bogart, y Bacall, fumando junto al mar. Abre los ojos, toma la copa con su mano izquierda, la lleva hasta su boca, y de ese beso de cristal nacen recuerdos por tierras lejanas, recuerdos que ya casi nunca suele recordar. Descubrió aquel motel hace un tiempo, fue por casualidad, no andaba buscando, simplemente pasó por delante de él un día, y entró. Desde ese día una habitación, siempre la misma, se convierte en su refugio una vez a la semana. Allí es una "belle de jour", pero a solas, sin citas, sin hombres, solamente ella, y su tiempo.
El motel se llama: "El Paraíso", y ella, ella se llama igual que siempre, y nunca sale después de que se vaya el sol.
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo. "Motel El Paraíso"
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