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pokit in a pocket

la espalda del suelo

Se tumbó en el suelo, dándole la espalda al duro límite terrenal, y de cara hacia la ilimitada teoría universal. Aquella costumbre, la de tumbarse en el pavimento, o en la tierra, o sobre un muro, mirando hacia el cielo, era algo que no recordaba cuándo comenzó a hacer, pero la sensación de larga distancia en el tiempo se imponía, y hasta era posible que aquella manera de observar, o de pensar, o de, simplemente, no hacer nada, más allá de la acción de estar, tuviese su principio antes del uso de razón que se nos presupone a casi todos los seres humanos. Llamarle ritual a la acción, desde su punto de vista, era una falacia, un desaprovechamiento lingüístico, y un grave despropósito semántico, ya que en todo ritual se encuentra el fin de éste, pero en lo que él hacía no se hallaba ningún fin, sino más bien todo lo contrario: para él aquello era el principio de una nueva continuidad. Siempre, cuando llegaba algún lugar por primera vez, se tumbaba boca arriba, y observaba el cielo desde la perspectiva recién estrenada del forastero, la del extranjero que se sabe de allí, aunque nunca antes hubiera pisado en aquellas latitudes. Había recorrido más de medio mundo dándole el rostro a las estrellas, y a la Luna, cuando en el firmamento se hablaba con el acento nocturno, o al Sol, cuando el día era el testigo de la horizontalidad de su postura, y los transeúntes del lugar le rodeaban, o le saltaban, no sin antes mirarle, como se salta un charco en mitad de la acera, en la mañana de un día de lluvia. Su espalda había reposado sobre la filosófica tierra naranja de Buda, y en la de Alá descubrió el sentido de la hospitalidad que reina bajo la media luna. También se había tumbado sobre el asfalto perfecto del dios cristiano occidental, y sobre las duras piedras de sus sucursales tercermundistas, esas que con su pobreza sustentan las vergonzosas riquezas romanas. Había sentido tanto, desde el ritmo de los dioses caribeños que llegaron del África negra, y que con el toque criollo del destino habían adquirido los coloridos de las aves del paraíso, hasta la ortodoxia implacable de los fundamentialstas que veneran la inmovilidad del oscurantismo. En sus palabras breves, pero sinceras, se desprendían lo aprendido en aquellos cielos repartidos sobre la tierra de la Tierra, y en las palmas de sus manos había una línea para escribirse sobre un papel, o para contarla al viento que susurra las distancias. Así vivió años, muchos años, yendo a todos los sitios hasta donde alcanzaban sus pies, y volviendo a ninguna parte, así eligió ser el tiempo de su tiempo, rechazando los relojes de número digital, y las fechas que no se atrevieron a salir del calendario. En su mente existieron mil idiomas diferentes, en sus latidos vivieron los kilómetros andados, en sus ideas convivieron las diferencias, y en sus palabras se contó la historia de muchas historias. Él sabía que su muerte sería a causa de un derrame provocado por un virus macronacionalista, que habitaría en las fronteras de las banderas, y que habría mutado en un nacionalismo lamentablemente provinciano, con síntomas de raza elegida, y de fascismo bien educado a causa de un producto interior bruto, realmente bruto, y desahogado. No encontrarían sangre válida para él en aquella tierra, su factor sanguíneo era universal, y en los hospitales de las sociedades que viven adosadas, sólo había sangre políticamente correcta, y de poco valor natural.
Respiró tranquilamente, se tumbó como lo hacía siempre, miró hacia el Universo, y quiso ser por última vez él.

"La espalda del suelo"
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo.

6 comentarios

chus -

Muchas gracias a todos por leer, y dejar letras como prueba de ello.

Salud.

sonia -

Me gusta mucho cómo escribes. Te seguiré leyendo. Saludos

rocío -

Especial como todo lo que escribes. besos guapis

maga -

No es nada larari, me reivindico. 1besoChus.

Malavida -

Qué maravilla Chus, la de perder el ombligo mirando estrellas.

Un placer leerte, siempre.

Malavida, buscando postura.

Belén -

Cuentas las cosas de una manera muy peculiar, engancha la forma de hacerlo que tienes. Besos de mar.