única función
Se encontraban, en el escenario, cuando la función se perdía por la oscuridad de los decorados que llevaban hasta el paseo del río.
La razón no fue motivo de debate, no había nada razonablemente estable en aquel baile entre la lógica y la piel. La sensación de vértigo se pavoneaba, de dulce a salada, por el sí indecoroso, y el no, aburridamente rutinario. Asomando el brillo lo justo, y escondiéndolo, inmediato, en el bolsillo del atrevimiento a medias.
En el patio de butacas el mundo era un lugar de paso hacia alguna parte, y el foso de músicos protegía del color del hastío a esa tierra que no se escribiría, jamás, en un mapa. Eran exiliados por motivos obvios, refugiados anímicos, perseguidos por regímenes de iglesia, de sociedad y costumbre, confesos de soñar para no cerrar antes de tiempo por defunción.
El telón permanecía en alto, solemnemente aterciopelado en rojo y oro. El guión se iba escribiendo con los pequeños recuerdos cómplices. También con los reproches costosos de cerrar, y que no denotaban mucho dolor (aunque tampoco la ausencia de él), si acaso, curiosidad hacia aquella especie de prohibición.
Las frases eran frases temiblemente indecisas, que aún estaban por decir, y la piel no quería entender de discursos por miedo a volver a vestir un cuerpo lleno de vacío.
En una vida que se emborronaba con la moral, y con la doctrina de los que nunca sufrieron, aquellas tablas eran el único lugar donde la posibilidad de quebrar a la suerte, donde escenificar todo ese silencio que ya era un clamor, se mostraba más real.
Vestidos con la desconocida inquietud que tienen los que se conocieron a conciencia, se desnudaron del lastre sumador de prejuicios, y actuaron a espaldas de sus propias vidas conocidas. Sus ropas, tal vez, eran estrafalarias, pero tan vestidas, como desnudos de joyas eran los aplausos amables que cantaba el gallinero.
-Y ahora, ya ves, me dedico a torcer los caminos perdidos. A sembrar el comienzo del final, que no siempre pudo ser feliz, pero que siguió bebiendo de mi café cada mañana-
Era la frase que daba pie a la siguiente... y la siguiente tropezó con el recuerdo de la respiración enfrentada en la que se encontraron tantas veces, cayendo sobre los poros de aquel preciso instante. No pensaron en que deberían pensar, y representaron en una única función, todas las que la vida les dejó a deber hasta morir por insolventes. Mientras, se reflejaban por última vez en los charcos que mojaron sus pies hasta ayer.
© pokit in a pocket 2004 "única función"
La razón no fue motivo de debate, no había nada razonablemente estable en aquel baile entre la lógica y la piel. La sensación de vértigo se pavoneaba, de dulce a salada, por el sí indecoroso, y el no, aburridamente rutinario. Asomando el brillo lo justo, y escondiéndolo, inmediato, en el bolsillo del atrevimiento a medias.
En el patio de butacas el mundo era un lugar de paso hacia alguna parte, y el foso de músicos protegía del color del hastío a esa tierra que no se escribiría, jamás, en un mapa. Eran exiliados por motivos obvios, refugiados anímicos, perseguidos por regímenes de iglesia, de sociedad y costumbre, confesos de soñar para no cerrar antes de tiempo por defunción.
El telón permanecía en alto, solemnemente aterciopelado en rojo y oro. El guión se iba escribiendo con los pequeños recuerdos cómplices. También con los reproches costosos de cerrar, y que no denotaban mucho dolor (aunque tampoco la ausencia de él), si acaso, curiosidad hacia aquella especie de prohibición.
Las frases eran frases temiblemente indecisas, que aún estaban por decir, y la piel no quería entender de discursos por miedo a volver a vestir un cuerpo lleno de vacío.
En una vida que se emborronaba con la moral, y con la doctrina de los que nunca sufrieron, aquellas tablas eran el único lugar donde la posibilidad de quebrar a la suerte, donde escenificar todo ese silencio que ya era un clamor, se mostraba más real.
Vestidos con la desconocida inquietud que tienen los que se conocieron a conciencia, se desnudaron del lastre sumador de prejuicios, y actuaron a espaldas de sus propias vidas conocidas. Sus ropas, tal vez, eran estrafalarias, pero tan vestidas, como desnudos de joyas eran los aplausos amables que cantaba el gallinero.
-Y ahora, ya ves, me dedico a torcer los caminos perdidos. A sembrar el comienzo del final, que no siempre pudo ser feliz, pero que siguió bebiendo de mi café cada mañana-
Era la frase que daba pie a la siguiente... y la siguiente tropezó con el recuerdo de la respiración enfrentada en la que se encontraron tantas veces, cayendo sobre los poros de aquel preciso instante. No pensaron en que deberían pensar, y representaron en una única función, todas las que la vida les dejó a deber hasta morir por insolventes. Mientras, se reflejaban por última vez en los charcos que mojaron sus pies hasta ayer.
© pokit in a pocket 2004 "única función"
4 comentarios
pokito -
Belle -
chus -
Gracias por tus comentarios, y por tu tiempo, Belle.
salud
pokito
Belle -