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pokit in a pocket

un nuevo ritual - Nofret -

un nuevo ritual  - Nofret - Ipy ha sido siempre una mujer exitosa. Ha cumplido cuarenta años (un logro muy poco común) y trajo al mundo a catorce hijos. Su cuerpo es fornido, sus partos fueron fáciles. Aún tiene dos hijos con vida (un varón y una mujer) y numerosos nietos. Siempre supo proporcionarse buenos y abundantes alimentos. Nació para triunfar.
Pero, últimamente, sus huesos comenzaron a dolerle y ha perdido agilidad. Los pocos dientes que le quedan le hacen difícil masticar, y ya le da miedo morder algo duro, porque varias veces se le ha quedado un diente clavado en un trozo de carne.
Ipy se ha apegado especialmente a su última hija y disfruta de su compañía; comparten la comida, juntan frutas, cazan liebres, atrapan peces en el río. Nunca se han separado desde que la niña nació, y su vínculo se ha ido fortaleciendo con los años. Si bien otros niños se apartan de sus madres en cuanto pueden valerse por sí mismos, borrando a sus progenitoras de sus memorias, la hija de Ipy encontró en su madre a su mejor compañera.
Pero hoy la jovencita ha amanecido a los gritos; Ipy intenta levantarla del sitio en que se halla tendida, pero la muchacha la rechaza y se convulsiona, retorciéndose. Su madre fija la vista en el vientre enorme de la niña de doce años, ve los espasmos, reconoce esos dolores; pero los gritos la ponen nerviosa y se aleja, buscando algo de calma. Se siente extraña. Toca su propio vientre, ya vacío desde hace algunos años, pero aún recuerda el dolor y lo que viene después.
Al final del día, se acerca a su hija esperando encontrar un bebé, pero no hay nada, y la niña continúa a los alaridos; tampoco acepta la comida que su madre le ofrece.
Dos días han pasado y, cada vez, Ipy comprende menos por qué no aparece el niño.
Al amanecer del tercer día, halla a su hija adormecida; por suerte, ya casi no se queja, pero no hay ningún bebé. ¿Dónde está? La madre se acerca a cada rato y, a medida que pasan las horas, su confusión aumenta, mientras la energía de su hija disminuye.
Finalmente, la halla profundamente dormida, con un niño entre sus piernas, aún atado a ella y rodeados por un charco de sangre. Ipy intenta cortar el cordón con los dientes, pero ya no tienen suficiente filo, así que usa una piedra cortante; luego coloca al bebé sobre el pecho de su hija, los arropa con el abrigo de piel de la niña y se va a dormir.
Al día siguiente, el llanto del niño retumba estridente. Pero algo extraño le sucede a la muchacha. Su madre la toca: está rígida como un trozo de madera. Se sobresalta, se queda mirándola por largo rato; siente algo horrible, aunque no sabe qué es.
Ipy toma al niño entre sus brazos, como tantas veces lo ha hecho con sus hijos, y lo acerca a su cuerpo, pero sus pechos ya estériles no pueden alimentarlo. Igualmente, continúa ofreciéndole su seno. El pequeño succiona con fruición hasta que, en vez de leche, brota sangre. El dolor la hace apartar a su nieto, pero continúa cargándolo sin saber qué hacer, mientras los llantos se hacen cada vez más fuertes.
Los restos de su hija han comenzado a oler. Tres hombres, el hijo de Ipy entre ellos, arrastran el cuerpo de la niña lejos del lugar. Ipy los sigue, llevando a su nieto entre sus brazos. Cavan un foso poco profundo y colocan en él el cuerpo hinchado, pero, antes de que alcancen a cubrirlo, Ipy toma una fruta de su bolsa de cuero y la coloca junto al cadáver, cerca de la boca. Los hombres la miran sin comprender, y terminan su trabajo.
El llanto del niño ha comenzado a debilitarse y su abuela se duerme junto a él. Al despertar, el niño ya no llora. Tampoco respira. Ipy lo carga y se adentra en el bosque, donde cava un pequeño foso y lo entierra, envuelto en el abrigo de su hija. Su hijo, curioso, la ha seguido y observa extrañado esta costumbre de su madre de colocar cosas útiles en los fosos de los muertos.
Ipy se siente enferma, aunque no le duele nada. Ya se ha sentido así antes, pero esta vez es peor. No sabe qué hacer consigo misma; va a buscar frutas, como solía hacer con su hija, pero el malestar aumenta. No se come el único fruto que encuentra, no tiene hambre. Se sienta en una piedra y se queda inmóvil, mirando al vacío.
Su hijo se sienta junto a ella, con un trozo de carne entre las manos; se lo muestra y la toma por la cadera, colocándose detrás de ella, como siempre ha hecho desde que dejó de ser un niño. Ipy se aleja. Su hijo insiste. Furiosa, lo rechaza con una contundente patada, no quiere aparearse ahora, no quiere nada. Su hijo le devuelve el golpe y se aleja a los gritos, llevándose la carne.
La temporada de frutas acaba de terminar, las liebres y los peces ya son demasiado rápidos para ella y su hijo no ha vuelto a acercársele para ofrecerle carne. La falta de alimento ha comenzado a consumirla, y la pérdida de fuerzas le hace cada vez más difícil conseguir sustento, sumiéndola en un círculo vicioso que, lentamente, va apagando su vida.
Desesperada por el hambre, un día quiere tomar un trozo de un animal que ha cazado un joven. La presa es grande y hay de sobra para él, su mujer de turno y ella. Ipy se acerca sigilosa a la pareja, tratando de pasar desapercibida. Arranca un pequeño trozo de carne e intenta correr, pero sus piernas ya no son lo bastante veloces y, antes de que logre alejarse, el muchacho le propina un fuerte golpe de puño en la cara y le quita el bocado. Él no lo sabe, pero acaba de golpear a su abuela. Dolorida y exhausta, Ipy se aleja de su nieto mayor, a quien ella tampoco reconoce, y se acurruca en un rincón apartada de los demás.
Allí pasa varios días, dormitando casi todo el tiempo, mientras su larga y productiva existencia va llegando a su fin. Una mañana, el olor de su cuerpo alerta al grupo. Su hijo y otros dos hombres arrastran el cadáver al bosque, hacen un pozo y lo colocan dentro. El hijo, en un impulso que no acaba de comprender, pone un hueso con carne junto a los restos de su madre. Los otros lo observan intrigados, y graban en sus memorias el nuevo y extraño ritual.
Terminado el entierro, los hombres comparten el producto de la caza del día anterior: una suculenta pierna de mamut.

© Nofret “Un nuevo ritual”

Muchas gracias por regalarme estas letras, Nofret, sos la mejor, Momia argentina.
Un beso
pokito/chus

17 comentarios

Anónimo -

Y sí, mucho, Momia, sí que lo es...

salud :)

NOFRET -

Me alegra que te haya gustado, Dilia, besitos para ti! Y gracias Octavia por la relectura, más besitos!
Y es lo que tiene internet, uno manda textos confiado y luego aparece un tío recibiendo el Nóbel que le correspondía a uno, dura es la vida de los genios... :P

Octavia -

Me encanta ese texto...gracias a los dos , besitos.

Dilia -

Vaya, vaya, la momia Nofret ha escrito un texto precioso y yo no me había enterado.
Un besico guapa, gracias a ti tb Pokito:P

pokito -

No te creas, los estoy poniendo mi nombre, y ya he firmado con una editorial, y para el premio Nobel, ni más, ni menos, Momia.

NOFRET -

Gracias, Sophie y Sinfo, me alegra mucho que lo hayan disfrutado.
(y yo no bailo, pokito, te mando textos, que es peor!) :P

Sinfo-Medea -

Un texto magnífico, que engancha de principio a fin. Me ha encantado, la verdad.
Besos, Nofret.

Sophie -

Hola NOFRET, es un placer entrar en esta página, y poder leer cosas tan sorprendentes, hubiera seguido leyendo mas y mas. gracias

pokito -

Nada de gracias, y bla bla bla... tienes que bailarnos un poco. :)

NOFRET -

Gracias a todos, me alegro que les haya gustado, kris y muralla, y disculpen por ser tan pesada con los mismos textos, White y Perseida, aunque les haya gustado leerlo de nuevo. (pero esta vez no es culpa mía, es que Pokito me amenazó, me dijo que si no le mandaba un texto, me iba a obligar a escucharlo cantar por dos horas! :P )
Gracias y besos a todos! :)

perseida -

Ya me enterneció en su momento, cuando leí este texto por primera vez. Ahora vuelvo a disfrutarlo. Gran historia Nofret.
Besos apretaos.
Otro para ti Chus.

muralla -

Me parece una bellísima y enternecedora historia que nos muestra albores de un mundo...
Me encantó y disfruté mucho leyéndola.
Besos. Muralla.

white -

Me encanta encontrar este texto en tu casa Chus, es de los que más me gustan de Nofret. Saludines vrios y besos muchos

kris -

vaya, vaya...es un gustazo.

Nofret, enhorabuena por estas letras que te llevan y te traen...

Muchas gracias por compartirlas.

Un abrazo.

(pokito, tú sí que sabes).

pokito -

No te creas, no pasa casi nadie por este camino...

NOFRET -

ya me lo dirán otros! :P

pokito/chus -

Queria ser el primero en decirte que:
odneitne et oN

soseb sohcuM

dulas