404 room service
19:30h.
La silueta de la ciudad se recortaba sobre un cielo vencido por el atardecer, un atardecer de susurros recitados en ámbar, y grises robados al azul. El horizonte estaba firmado por Manhattan, su rúbrica puntiaguda se adueñaba del espacio donde se vive el tiempo, justo entre el suelo, y el universo, en ese sitio donde todos creyeron ver a dios una vez. Él era una pieza más en aquel rompecabezas donde comenzaba, y finalizaba, el mundo. Ahora observaba desde la ventana de un viejo motel, en el Spanish Harlem, a unos niños jugando a ladrones, y a ladrones. En el Spanish Harlem nadie quiere ser policía, ni la misma policía quiere ser policía en aquellas calles. Cerca de los niños, a no más de diez metros, en la esquina que llaman de Puerto Rico, los esbirros de Montoya reafirman su dominio en la zona sólo con su presencia. Dicen que Montoya mató a su propio padre, cuando éste le propinaba una brutal paliza a su madre. Dicen que Montoya le desgarró el cuello con un cuchillo de cocina, y que luego, con sus manos, buscó la lengua para sacársela bajo la barbilla, como si de una corbata se tratase. Tenía trece años cuando sucedió. Montoya era un colombiano, curtido en las calles de Medellín, que se había instalado en Nueva York veinte años atrás. Comenzó a hacer pequeños negocios con las drogas, negocios de calle, que fueron creciendo en sórdidos despachos, y ampliándose hasta la prositución, las apuestas ilegales, y la extorsión. Él conocía a Montoya, habían compartido mesa durante una cena en la que se reconocía la trayectoria de un artista africano, muerto días antes a causa de una sobredosis de heroína. Montoya era el dueño de la heroína que mitigaba la dureza del Spanish Harlem, pero también era actor en las fiestas de la modernidad en la Gran Manzana...
21:50h.
Vio sobre la mesa las llaves de su apartamento, estaba junto al Central Park, tan sólo unos kilómetros más al norte, en la isla, y le pareció eterna esa distancia que acertaba a ver entre los tejados donde habitaba el olvido. Tomó las llaves, se dirigió hacia el cuarto de baño, y tras dejarlas caer en el inodoro, descargó la cisterna, y su pasado se perdió por el laberinto de desagües de aquel viejo motel.
22:00h.
Descolgó el teléfono, y marcó el número de la recepción. Al otro lado de la línea telefónica alguien le hizo una pregunta, a la que él contestó con una cantidad expresada en dólares. Colgó, caminó hasta el destartalado armario donde, desde hacía cuatro días, guardaba una pequeña bolsa de viaje. De ella, de uno de los compartimentos laterales, sacó dos billetes de veinte, y uno de diez. Volvió a la ventana, pudo sentir cómo la sensación de exilio le invadía la sangre, igual que la luz amarillenta de las farolas ocupaba el brillo de la lluvia sobre el asfalto de Harlem.
22:05h.
Dos golpes en la puerta le sacaron de la hipnosis que le producía aquella ventana. Se giró, sus manos comenzaron a sudar, se mojaban con la ansiedad que produce la cercanía al deseo, y el deseo estaba al otro lado de la puerta. En el camino hacia ella, recogió los billetes que había dejado unos minutos antes en una esquina de la mesa. Abrió la puerta sólo un poco, lo justo para intercambiar con alguien los billetes, por una bolsa de libertad liofilizada, y dos palabras de "spanglish" a medio decir.
22:15h.
Rubén Vlades sonaba en alguna de las habitaciones de aquel cementerio precoz. El cantante pedía que no lloraran su muerte, los que en vida no le quisieron: "...si no me quieren en vida, cuando muera, no me lloren..."
22:18h.
La frase continuaba el son en su cabeza, aunque la canción que viajaba en el aire del motel era ya otra. En sus brazos comenzaba a acunarse la calma, con la ingravidez de un sueño incompleto, y el recuerdo de una noche de verano con el acento moreno de la tierra sultana amada hasta ayer.
00:00h.
... y no supó si la vida aún vivía en él, dentro de la habitación 404.
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo. "404 room service"
Fragmento de: "Más allá de Nueva York". Agrupación Editorial Araulo. La Habana.
8 comentarios
chus -
chus -
T. de la Herencia, muchas gracias por tan elevado concepto de este sitio de garabatos. ¿Chica, o chico? Creo que a ratos, pero no te creas que estoy muy seguro tampoco. Un saludo.
Estrella, gracias, es cierto que hay ojos que quedan siempre en un cuarto, aunque luego salgan a pasear. Un beso, y gracias de nuevo.
Suele pasar, anónimo veneciano, suele pasar que la cultura se ruboriza ante la desfachatez de los fachas (irónico contrasentido sonoro, ¿no?). Hala, majete, a rezarle a Somoza, y con suerte, pronto a Pinochet.
nosvemosenmallorca -
Unos cuantos besos (los puedes repartir entre tus lectores.)
Virginia -
Anónimo -
estrellaceleste -
T. de la Herencia -
Mariela -