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pokit in a pocket

alquilando a Burrows

-San pokito Ñiño dixit-
"Una calle habla de la luna, en otra se dice del sol,
y en medio de todo existe una ciudad a medio morir,
que quiere volver a nacer..."

¡Jodido William Burrows, esto no es vida ni para las ladillas de una rata! - exclamó frente al espejo de la locura, donde cada mañana se volvía un poco más cuerdo.
Comenzó a contar las telarañas de la habitación, y vio que eran más que las letras escritas en una semana. Muchas más. Volvió a maldecir a Burrows, a la santa madre primigenia de la saga de los Burrows, mientras seguía observando la goleada que sufrían sus letras, en el partido creativo contra las telarañas. Así era imposible crear, le habían dicho que sí, pero veía que todo llevaba a indicar que sería; "no".
Había intentado ser William Shakespeare dos años antes, y Cervantes hace cuatro. También quiso vestirse las ropas de Lord Byron, y desapareció en los laberintos "cortazarianos" de Rayuela. Era un caso perdido, padecía el síndrome de: "La Semántica Ortográfica de Caligrafía Externa" (LSOCE), y no lo sabía.
De ser William Burrows le gustaba el tener que alterar su consciencia con las drogas, o esa cara mitad canalla, mitad exilio, que creía tener, a causa de las sustancias psicotrópicas antes mencionadas. Pero le molestaba lo mucho que le costaba mirarse las puntas de los pies, durante horas, como hizo Willy durante casi tres años. Willy, o Bill, era como le llamaba en la intimidad de su pública inconsciencia. Es cierto que le había sobrevolado la cabeza un nuevo nombre, un nuevo escritor al que seguir en sus costumbres, y continuar la obra inconclusa, según él, para bien de la humanidad más humana, que como todos sabemos, muchas veces no sabe leer. El elegido era Henry Miller, y no miento si digo que la señorita Monroe fue la principal razón de aquella elección. Fumar en pipa también era un aliciente, pero nada como la señorita Monroe. Comenzó a pensar en cómo decirle a Burrows que le abandonaba, que aquel idilio de mierda, porque eso había sido un puto idilio de mierda, llegaba a su fin. No quería herir la sensibilidad del autor, pero tampoco quería que Burrows pensase que no se había dado cuenta del fracaso al que le había condenado. El motivo de la ruptura era ése, y no otro, porque hubiera podido soportar toda la mugre del mundo, a cambio de unas pocas letras. Dejó una nota manuscrita sobre la mesilla de noche, y abandonó las ropas junto a la orilla del río, y se internó en él para volver a dejar de ser él.

La Monroe esperaba en la bañera, junto a una botella de Dom Perignon, con burbujas traídas desde París...


© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo. "Alquilando a Burrows"

4 comentarios

chus -

Gracias por opinar así,
Ximena. El grado de jefe aún no sé porqué me lo adjudicas, pero mientras sea jefe, no me quejo. Un beso.

Gracias, Sophie. Uno no siempre dice lo que se quiere oír, y cuando se intenta imponer una opinión, entonces mi "NO" (y por cojones), está asegurado. Un beso, y gracias por leer.

Gracias Raquel, leerte me ha recordado el momento de estas letras. Por cierto, el "Muñones" se hizo bombero, y dejó al olvido eso del filosofar. Un beso, porteña guapa.

raquel -

Sabes que me encanta la variedad de tu literatura. Recuerdo cuando escribiste este texto y quién te lo inspiró. Es bonito recordar, Flaco, a una le llegan las sonrisas, y el aroma a jara de sierra Morena acompaña todavía. Un beso, flaco lindo.

sophie -

amigo pokito, eso si que me lo leo con gusto, y mucho. Me ha encantado ese humor es muy tuyo jeje, me gusta!

Ximena -

Tus historias derrochan ternura, pero también dominas el lado oscuro, y sórdido de la vida. Un beso, jefe.