ocre y rojizo
Me exilio a la metamorfosis de la calle donde vive el otoño, y miro al cielo, contemplo el milagro volador de las nubes de plomo, y amenazan con golpes de agua, y empujones de viento, aunque no los terminen de pegar. Camino a favor del aire, no llevo impreso el destino de un billete en la cabeza, avanzo a favor de la voz de la humedad, y me envuelvo en el olor de la reivindicación, de la tierra mojada, que no se permitó el lujo de ser un jardín para las plantas que crecen con los tallos de cristal, y las ramas de acero, en el reino que da cobijo a los ramos de flores de los edificios. Descanso unos minutos frente la elegancia de la luz gris, que galantea con los primeros brillos de cobre, y de oro, que se pasean por el parque de El Retiro, tienen los matices del tiempo, y los acentos del barbecho viejo de trigo, y aunque quedan algunos tragos de verde dentro de las copas de los árboles, son pocos, e incapaces de vestir el tapiz de Madriz con el protagonismo de las puntadas de la clorofila. Ahora son los rojizos de teja, y los ocres pajizos, los que se proclaman en el discurso de las alturas que se oyen desde el suelo, y la arena así lo asume, cuando recibe el vuelo de las hojas en las que se escriben las palabras de los suicidios de los colores.
"Ocre y rojizo"
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo.
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