café dureaux
Él esperaba sentado en el viejo café Dureaux. Había escogido una mesa junto a la ventana, le gustaba mirar a la plaza que acogía a aquel entrañable café que, muchos años atrás, durante la segunda guerra mundial, había servido como centro de reunión de la resistencia parisina. En una de sus paredes se encontraba una placa en la que se mencionaba esta circunstancia. El mismísmo general De Gaulle fue el encargado de descubrirla cuando ocupó la presidencia de la República.
Encendió un cigarrillo, era el último de la cajetilla, y bebió el último sorbo de la taza de café. Llevaba casi media hora esperando, y aunque no creía que esa espera se alargara mucho más, decidió llamar a un camarero para pedirle otro café, y un nuevo paquete de tabaco. En la espera, dentro de aquella espera, sus ojos se volvieron hacia la ventana, y desde ella, a la plaza, en la que ahora un malabarista desafiaba con cinco pelotas de colores a la gravedad. Mientas miraba a través del cristal, su memoria le remontó al momento en el que hablaron por primera vez, cuando aún no sabían que el tiempo era su mayor enemigo, un enemigo en la distancia, implacablemente en la distancia. Por París transitaba el invierno, era un invierno severo, y parco en luz.
El camarero depositó la taza de café sobre la mesa de mármol, junto a los nuevos cigarros, y un plato, en el que un alargado papel escrito a mano contaba el precio del negro líquido, y del humo blanco. Vació el sobre de azúcar dentro de la taza, con la ayuda de una cucharilla removió los granos de dulzura, y la dulzura se diluyó en espiral. Estrenó aquel café con la prudencia necesaria para no abrasar su lengua, utilizó los labios, los acercó con cuidado hasta tocar el borde de loza, y se quemó. Llevaba casi una hora esperando, cuando sonó el enorme teléfono negro que había en la esquina de la barra junto a la caja registradora. La cajera descolgó el aparato, y contestó con un escueto: café Dureaux. La persona que estaba al otro lado del cable preguntó por alguien, ya que la chica cajera-telefonista levantó la vista, y recorrió con su mirada el local con un gesto evidente de búsqueda. Unos segundos más tarde, en voz alta, pronunció el nombre de él. Él levantó la mano en señal de ser la persona que buscaba, y la empleada le invitó a acercarse hasta el mostrador con una sonrisa, mientras con uno de los dedos de su mano señalaba el auricular que sujetaba en la otra. Él se aproximó, recogió aquel objeto de plástico negro, y comenzó a hablar con quien le había llamado. Era ella, era la persona a la que llevaba una hora esperando, y por lo que debió de decir en aquel momento, también era la persona a la que tendría que esperar durante algún tiempo más.
Retornó a su sitio, bebió el último sorbo del café, y encendió un cigarrillo. Uno de los camareros se acercó, vació el cenicero de la mesa de al lado, y recogió la propia que los últimos habitantes de ese espacio cuadrado habían dejado en señal de grartitud.
París era del cielo gris, Maurice Chevalier resucitaba desde unos viejos altavoces, en la calle comenzaba a llover. Pidió otro café, y una copa de Ricard con hielo y agua...
© pokit in a pocket. chus alonso díaz-toledo. "Café Dureaux"
9 comentarios
Mel -
chus -
Jejeje, wawañetras, acepto ese café at night. Gracias.
Un placer para mis letras es encontrarse con tus ganas de leer, Mariana, un placer muy grande. Un abrazo aprteao, y lo mejor para ti en este año.
Me algra que te haya gustado el café, Gilda. Es verdad, tengo un café en mi debe, y de este año no pasa con toda seguridad. Un beso
Estaría bien, Laura, la decadencia, en su punto exacto, creo que ha de pasearse por todo café que se precie de ser café. Gracias por tu visita. Un beso grande.
Muchas gracias, Almudena, lo mismo digo, un placer conocerte.
Gracias, white, me alegra que hayas disfrutado del café. Un beso, escritora.
Gracias a todos por seguir perdiendo tiempo en mis letras.
salud
white -
Un besito y feliz año (cualquier día es bueno para desearlo)
Almudena -
Lau -
Un beso grande
Gilda -
Mariana -
wawaletras -
Analetra -